Etimológicamente la palabra flúor proviene del latín, fluo, y significa fluir. Bajo este nombre bautizaron en la Edad Media a un mineral que ayudaba a que el hierro se fundiese a menor temperatura y reducía la viscosidad del metal líquido para que fluyera con mayor facilidad por canales y moldes.
Hoy conocemos el flúor como un elemento químico, un gas que forma parte de la conocida tabla periódica, situado en el grupo de los halógenos, y que es catalogado como el más reactivo de todos sus elementos.
Llegados a este punto de la explicación, es probable que os preguntéis: ¿cómo es posible que nos lavemos los dientes con esto? o ¿por qué los dentífricos dentales llevan este elemento? Pues bien, este tipo de productos no contienen flúor puro, sino derivados, como el fluoruro de sodio, fluoruro estannoso o fluorofosfato sódico, que añadidos a la pasta de dientes, ayudan a remineralizar el esmalte, reduciendo así la aparición de caries.
Así, la utilización de cierta cantidad de flúor de manera continua, especialmente cuando se realiza desde la infancia, protege tanto los dientes de leche como los definitivos contra la caries dental ya que, en el caso de los niños, se concentra en los huesos y en los dientes en desarrollo y fortalece el esmalte de éstos antes de que erupcionen. Y, en el caso de los adultos, ayuda a endurecer el esmalte de las piezas ya erupcionados.
La presencia de flúor en la superficie dental reduce la solubilidad del esmalte, dándole mayor dureza y haciéndolo más resistente a la acción de los ácidos y por ende a la producción de caries dental. Además, tiene efecto sobre las bacterias formadoras de la caries dentales inhibiendo su metabolismo, su adhesión y agregación a la placa bacteriana.
En dosis muy pequeñas, los fluoruros tienen la propiedad de reducir en más de un 50 % el número de caries y de limitar en mayor proporción la gravedad del problema de la caries dental.
El ión fluoruro reacciona rápidamente con el calcio del esmalte, formando fluoruro de calcio, así el flúor reacciona con los cristales de hidroxiapatita dando como resultado un aumento a la resistencia del esmalte.
En definitiva, el flúor ayuda a remineralizar el esmalte que pierde el diente favoreciendo su resistencia a la acción de los ácidos y, por tanto, previniendo la aparición de caries.
¿Dónde encontrarlo?
Como os decíamos antes, el flúor está presente en un gran número de dentífricos dentales, en la mayoría de uso común que se comercializan. Otra forma de presentación son los geles específicos que se aplican directamente sobre los dientes.
Cuando la necesidad de flúor es mayor, en la consulta del dentista, se realizan tratamientos específicos en los que se aplica el flúor mediante una férula que se coloca en los dientes durante unos minutos.
Pero, este mineral también se encuentra de forma natural en varios alimentos como pescados (salmón, sardinas o bacalao), mariscos, carnes (como el pollo), frutas y hortalizas (por ejemplo, naranjas o cebollas), vegetales verdes (espinacas o lechuga), gelatinas y lácteos. Además, también lo podemos encontrar en el agua corriente que sale de nuestros grifos, gracias a un proceso conocido como fluoración del agua.
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